Este tipo de literatura se caracteriza por ser muy visual, buscando la exageración y el aprovecharse de lo físico. Ha de poseer un componente de distorsión de la realidad, de esperpento.
Me levanté ligeramente irritada por que el timbre de la puerta había interrumpido la película que estaba viendo. Cuando la abrí me encontré con dos ojos enormes parapetados tras unas gafas aún más grandes, y sostenidas por diminutas orejas, que me miraban desde abajo. Quizás por eso, por la posición de su cabeza y por que la fascinación por las gafas me impedía ver el resto del cuerpo, no reparé en su calva brillante hasta que no pasó por debajo de mi sobaco, colándose con gran facilidad en mi casa antes de que me diera tiempo a reaccionar.
-¡Eh!- le grité, corriendo tras él.
-Señora, – dijo ampulosamente una vez llegó al salón- ¡soy la respuesta a todas sus plegarias!
Bajito, calvo, encorvado y viejo. No estaba tan desesperada.
-¡Salga de mi salón! – le grité, tentada de agarrarle de una oreja y sacarle yo misma, pero la oreja era tan pequeña que no sabía de dónde agarrar.
-Señora – continuó, ignorando de forma muy profesional mi orden anterior – le presento a Robotrix 3.1, el primer robot doméstico que limpia el suelo, plancha, lava, cose y hasta canturrea, ya que lleva incorporado…
Aquel hombrecillo hablaba sin parar, como quien sabe que tiene poco tiempo, mientras se ponía una bata blanca y sacaba de una especie de maleta varias piezas metálicas que iba ensamblando frente a la tele, donde un Richard Gere en una espléndida flor de la edad y con la camiseta empapada recorría los pantanos de América esposado a Kim Bassinger. Yo miraba a la tele y a la bola de billar de hito en hito, hasta que la pantalla quedó definitivamente tapada por un muñeco mecánico que, con los brazos extendidos hacia delante como si fuera un Frankenstein de lata, me miraba con una sonrisa bobalicona. Me pregunté por qué un robot necesitaba llevar gafas. Un pequeño detalle nostálgico del autor, sin duda.
Mientras yo trataba de cuadrar la situación en algún lugar de mi cerebro, el hombrecillo había continuado hablando y había encendido de pronto a Robotrix 3.1.
-Limpia el suelo – ordenó el creador tras sus lentes. Y el robot se giró bruscamente, sin duda alguna en busca de la escoba, lo cual era todo un detalle. Pero la televisión estaba en el recorrido de su giro y la golpeó fuertemente, tirándola al suelo. El vendedor, creador, cientifico loco o lo que fuera empezó a disculparse, pero olvidó pedirle a su creación que parara, con lo que el puñetero robot comenzó a destrozar mis cortinas sin ningún pudor, a saber con qué propósito.
Mi móvil comenzó a sonar. Lo cogí con la esperanza de que fuera la policía. O mejor, los GEO, los marines o los Hombres de Harrelson.
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